miércoles, 9 de diciembre de 2009

Mi jefe

Mi jefe es un hijo de perra. Estoy siempre aguantando sus caprichos. A veces siento que él cree que estoy aquí sólo para complacerle.
Se creerá que soy un animal que no come ni duerme. Es increíble pensar todo lo que depende de mí,
también lo es pensar que me he acostumbrado a esto, de hecho, cuando llevo mucho sin verlo, lo echo de menos.

Muchas veces, incluso cuando no quiero, lo único que hago es recoger sus mierdas, siempre deja todo tirado por ahí.
Con esto de la crisis ha hecho que le corte yo mismo el pelo, porque consideramos muy caro pagarle a un profesional.

Todas estas tareas son más denigrantes que agotadoras, pero para ser sinceros, en el fondo paga muy bien.
No hace falta más que fijarse para ver lo desamparados y solos que están algunos sin un cabrón como él.

Cuando menos lo soporto es cuando vamos por la calle y se le insinúa descaradamente a casi cualquiera; he tenido que llegar a pedir perdón dada su irresponsable calentura.

Me considera tan imprescindible que me cuesta hasta irme tranquilamente de vacaciones, cuando lo he hecho, siempre ha roto algo a propósito para, a mi retorno, echarnos la culpa a mí y a mi sustituto.

El sustituto, otro pobre desgraciado que coge ese tormento quincenal año a año y será, claro, porque lo necesita.

La primera vez, le tuve que dar una especie de cursillo que me iba costando tanto que casi que no me voy de vacaciones con tal de no terminarlo;
tuve que explicarle algunos de los más sucios secretos de mi jefe y las ruines artimañas que uso para encubrirlo.
A él le da igual pero en cierto modo, cuando lo hace, yo soy aquel idiota que está ahí detrás mirando, ruborizado, hacia los lados.

También es increíble que sea yo el que tenga que estar pendiente de su aseo personal.

Definitivamente, la próxima vez que un tierno cachorro callejero me mire lloroso, directamente a los ojos,
pienso mandarlo seriamente a la mierda.
ARDLP